Mi amigo me pidió que me
sentara y cerrara los ojos. Yo estaba nervioso, porque no sabía qué iba a pasar
o qué era lo que iba a hacer. Me olvidé por completo de que estaba en el trabajo
y le obedecí. Me dijo que me relajara para que su remedio hiciera efecto.
Respiré hondo y relajé mi cuerpo sobre la silla. Solo sentí que puso dos dedos
en mi frente y en un segundo sentí que caí lentamente en un precipicio.
Era un lugar oscuro y el aire
se respiraba limpio, sin olor alguno. Me sentía como una pluma, ligera y sin
rumbo. Mis sentidos no captaban algo específico del espacio en el que me
encontraba, pero por dentro yo estaba en paz.
De pronto, vi una luz frente a mí. Dejé de caer y quedé
flotando. Sentí que una fuerza tiraba de mí hacia ese lugar; empecé a distinguir
una habitación, una sala. Me acercaba cada vez más rápido y frené justo en
medio del lugar. Vi a una mujer joven entrar por la puerta, atravesar el lugar
y tomar un libro de uno de los muebles. Caminó hacia el sillón y se sentó en
él. Al parecer ella no me veía.
Llamó mi atención el título del libro: Del pasado desprendido. Ella comenzó a leer y, aunque no lo hacía en voz alta, lograba escuchar su voz que narraba la historia de un chico que no entendía muchas cosa de su
vida, se sentía dentro de un cuerpo extraño, en un lugar fuera de la realidad y
con personas de costumbres raras para su época. Mientra más escuchaba la
historia de este chico, me daba cuenta de que esa era mí historia. "¡Yo nací mujer", dije
desesperada a la persona sentada frente a mí, pero no me escuchó. Seguía leyendo
cada palabra, cada párrafo y yo daba vueltas por la habitación; trataba de
entender qué era lo que Augusto quería mostrarme.
La mujer leyó sobre el día en que me sentía
frustrada y describió cada cosa que había hecho, todo lo que había pensado y
dicho. Me senté en el suelo a esperar que relatara acerca de mi transformación, pero no lo hizo. Al llegar, en la historia, al momento en que me
senté en el sillón de mi sala, se detuvo y rio ligeramente.
—Si tan solo fuese mujer,
mi vida fuera otra —fue lo
último que leyó.
Bostezó, cerró el libro, lo dejó sobre el sillón y salió
del lugar. ¡Quería decirle que no parara de leer, pero mi voz no se escuchaba!
Ella se había ido y yo no sabría jamás que pasaría en mi vida. Aparte, no recordaba que haber dicho lo último que ella leyó.
—Es tu turno de leer. Despréndete del pasado —escuché la voz de Augusto.
—¿De leer? yo no…—en ese momento volví a desvanecer, pero esta vez no tardé
tanto en caer sobre un lugar.
Estaba todo oscuro, no sabía que hora era. Me levanté y
caminé rascándome la cabeza.
—Baruj, ¡ya ven a cenar! —escuché la voz de mi mamá.
Un tanto aliviado por saber que estaba en casa, corrí con mi mamá y la abracé.
—Hacía mucho que no recordaba algún sueño. ¡Todo parecía tan real,
ma!.
Pensé que era mejor no contar nada de lo que me ocurrió. No sabía si en verdad había sido un sueño. Al fin de cuentas, seguiría con mi vida. Me armé de valor porque pensé que era el momento de disfrutar la vida desde otra perspectiva.
Pensé que era mejor no contar nada de lo que me ocurrió. No sabía si en verdad había sido un sueño. Al fin de cuentas, seguiría con mi vida. Me armé de valor porque pensé que era el momento de disfrutar la vida desde otra perspectiva.